lunes, 24 de abril de 2023

¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?

Me encanta esta pregunta perteneciente al Cuestionario Proust y que cada poco escucho responder en el pódcast de Javier Aznar, Hotel Jorge Juan. Me gusta ver cómo los invitados navegan esas aguas. Y me gusta ver cómo mi hipotética respuesta cambia semana tras semana.

Tengo claro que mis respuestas más recurrentes estarían ligadas a situaciones diversas con mi familia más directa. Estar juntos, todos bien, sin discutir, disfrutando de un viaje, de un buen restaurante, en la playa o haciendo algún plan diferente.

Pero luego hay vivencias inesperadas que hacen que te sientas feliz. A fin de cuentas la felicidad no es algo que se prolongue en el tiempo, son pequeños momentos que te hacen sentir en paz contigo mismo y te permiten disfrutar.

En este último viaje por Escocia he tenido varios momentos así, en los que puedo decir que he sido feliz. Y sí, lo puedo afirmar con convicción plena.

Por ejemplo, estar en The Oban Inn (pub de 1790,  de esta localidad costera) tomándome una cerveza –recordando a mi amigo Javi, con el que estuve en ese mismo sitio hace casi 32 años– y que empiece a sonar The Whole of the Moon. No, eso no es casualidad. Eso es una confluencia de energías. Eso es un momento perfecto. El destino mueve sus hilos y suceden cosas. Justicia poética.

Como también lo fue estar en The Wall, en Cockburn Street, tomando un café y descansando las piernas, y que empezara a sonar How Long Will I Love You? Que los Waterboys se te presenten así, sin avisar, es gloria bendita. Y más cuando estás en la mejor compañía. Pero, claro, es que ellos (los Waterboys) juegan en casa. Y de nuevo hay un algo que ayuda a que se dé ese momento perfecto. [Poco después, un grupo de unas cuarenta chicas inunda la calle con su performance y canta –y baila– Bad Romance. ¿Una despedida de soltera? Algo así sería, sí].

Y también es fácil sentirse feliz cuando tus hijas te ponen Sunshine on Leith mientras vas de copiloto de tu hermano en una minivan de Oban a St. Andrews. Y cantas para ti, hacia adentro. Y para afuera, para que los que van detrás perciban lo que estás sintiendo (y lo regulín que cantas). Pero escuchar a los Proclaimers en Escocia siempre es muy especial. Da igual el tiempo que pase. Como cuando vas en tranvía por Princess Street y visualizas la esplanada junto a la National Gallery donde en la película del mismo nombre (Amanece en Edimburgo, en España) un grupo muy numeroso canta y baila I'm Gonna Be (500 Miles). Eso es Escocia en esencia.

O ese momento en St. Andrews, primero acercándome al Old Course; después cruzando las calles del 18 y del 1; luego pisando el antegreen del 18 y pensando siempre en Seve. Recordando aquel abrazo con sus hermanos, con Merín llorando (aunque esto sucediera en Royal Lytham). Rememorando su putt y el famoso "lo metí", alzando su puño derecho al cielo (que esto sí que fue ahí mismo). 

O pisar la arena de West Sands Beach, la playa por la que corren Harold Abrahams y Eric Liddell, entre otros, en Carros de Fuego. Y pensar que cuando Abrahams estudiaba en Cambridge mi abuelo también lo hacía. Y que es más que probable que coincidieran en algún momento, ya que mi abuelo también era un gran deportista (capitán del equipo de tenis de Peterhouse, sin ir más lejos). Abrahams estuvo en Caius College de 1919 a 1923; mi abuelo, en Peterhouse, creo que de 1920 a 1924.

O cuando caminas por Auld Town y te llegan los compases a lo lejos de un bagpiper y eres capaz de reconocer que interpreta The Skye Boat Song, Amazing Grace o Rose of Tralee. Y te invade una sensación plena de... estar en casa.

Sí, se me va el santo al cielo con tanta historia. Pero es que creo que estas cosas son algunas de las que más feliz me hacen. Como dice Jimmy Barnatán: "El respeto por el pasado es acordarse y contarlo". Tal cual. 

miércoles, 19 de abril de 2023

Una pequeña historia contra el mito de la tacañería escocesa

El mundo de los tópicos nos lleva a veces a tener ideas preconcebidas que resultan completamente equivocadas. Así, por ejemplo, los escoceses tienen fama de tacaños. En Reino Unido es una etiqueta ampliamente arraigada. Sería algo similar a lo que se dice de los catalanes en media España. 

Stingy, tight, mean o cheapskate son algunos conceptos en inglés que se les achacan a los vecinos del norte de las islas (agarrado, roñoso, avaro, miserable, rácano, cutre). Incluso los Monty Phyton dedicaron algunos sketches a este asunto. Yo tengo que decir que nunca tuve esa sensación en mis días escoceses. Más bien al contrario. La señora de mi casa no era rácana, era humilde.

Y en esta última visita puedo decir que viví la experiencia contraria. Después de aterrizar en Edimburgo y recoger nuestra minivan (una Ford Tourneo Custom) fuimos a Stirling. Buscamos sitio para aparcar para dar un paseo por la conocida como 'la ciudad más pequeña de Escocia'.

Aparcamos en una zona regulada y no teníamos las monedas que nos pedía la máquina. Nada, recién llegados no teníamos ni media libra y no se podía pagar con tarjeta. Empezamos a valorar la búsqueda de un cajero, ir a una tienda a comprar algo y así poder pagar. Un desastre. Íbamos a perder demasiado tiempo.

Y ahí es donde surgió un alma caritativa, una amable mujer residente en la calle Glebe Crescent que nos dio, de manera altruista y sin dudar ni un momento, dos monedas de una libra para poder aparcar un par de horas. Es más, la señoruca hasta nos dijo si nos venía mejor una hora más. Pero nos dio apuro abusar de su generosidad. Eso sí, fuera tópicos.

Por otro lado, me cuesta imaginar algo así en mi propio país. Y me encantó que esto me ocurriera en mi querida Escocia. Aunque haya quien diga que la tacañería más que escocesa es edimburguesa. Seguro que los que dicen eso son de Glasgow...

P.S. El stormtrooper de La Guerra de las Galaxias a tamaño natural no fue un mal aliado.

martes, 18 de abril de 2023

¿A qué huele Edimburgo?

Es esa una pregunta recurrente. Muchos visitantes buscan ese dato y cualquiera que haya paseado por la capital escocesa sabe de lo que hablamos. Se trata de un olor dulce, suave, nada empalagoso. Unos dicen que Edimburgo huele a pan, otros a palomitas... Para mí no es nada parecido. Es como un olor ligero a pastelería poco azucarada, a cereales.


Los que saben afirman que el aroma procede de la mezcla de levadura de cerveza, malta y cebada de las fábricas de cerveza y destilerías de la ciudad. Aún hoy son varias las empresas que producen en el interior del mismo Edimburgo.

Ese es el caso, por ejemplo, de la North British Distillery Company y la Caledonian Brewing, ambas muy cerca de los estadios de Murrayfield (rugby) y Tynecastle (campo de fútbol del Hearts of Midlothian). 


Además, Innis & Gunn Leith Brewery Taproom, en el propio Leith, y Stewart, a las afueras de Edimburgo hacia el sur, son otras dos marcas típicamente edimburguesas que ayudan a que la en otros tiempos conocida como la Auld Reekie, la vieja apestosa o humeante, sea más humeante y menos apestosa. Un poco más lejos, a 30 km de Edimburgo, se encuentra la Belhaven Brewery, en Dunbar. 


En mi última visita a Edimburgo pude disfrutar dos días de ese maravilloso olor a primera hora de la mañana. Fue para mí todo un premio al madrugón. Y fue volver a aquellos días de hace más de 30 años en los que tuve la suerte de vivir en la ciudad de Robert Louis Stevenson, Sir Walter Scott o Arthur Conan Doyle

Pocas cosas nos hacen aflorar con mayor exactitud los recuerdos como lo hace la memoria olfativa. Bueno, quizá a un nivel similar al que supone reconocer en la distancia los acordes de una gaitero tocando The Skye Boat Song. Basado en hechos reales, vivido en primera persona. Y, curiosamente, tema central de la serie Outlander.

Así que ya sabes, si vas a Edimburgo, tómate una cerveza local como Caledonian, Innis & Gun, Belhaven o Stewart. Y respira hondo, que merece la pena.

P.S. Por cierto, han tenido que pasar muchos años para enterarme de que Tennent's es de Glasgow.