lunes, 15 de septiembre de 2008

Enseñar a hacer el bien

Uno no presume de nada, absolutamente de nada. Bueno, sí, de padres. Dos personas que siempre han dado todo por sus hijos y que han sido capaces de inculcarnos a sus cinco hijos unos valores sencillos, pero no por ello menos importantes. En estos momentos mi padre nos deja, aunque no sea más que físicamente. Para mí, su legado es insuperable, por lo sencillo y por lo auténtico.

Me resulta muy difícil hablar del hombre que me dio la vida, que me lo dio todo. Le siento tan cerca que me falta perspectiva. Me quedo con su buen corazón, con su facilidad para ayudar a los demás, con su calidad personal y con ese estado de paz consigo mismo en el que ha vivido hasta el final. No es algo que me extrañe, no; él no sólo no hizo el mal sino que ayudó a quien estuvo en su mano ayudar. De todas sus enseñanzas me quedo con ésa.

Nacido en Pesués en 1930, era nieto, hijo, hermano y padre de médico. Fue médico rural -como manda la tradición familiar- durante unos años, a pesar de que su padre le pidiera por favor que si se dedicaba al ejercicio de la Medicina eligiera otra especialidad... Y al final le hizo caso: Estomatólogo y médico de empresa (Standard y Cros), el trabajo -ya fuera en Val de San Vicente o en Santander-, fue una de sus grandes pasiones, aunque su queja más habitual, y siempre motivo de frustración, era esa en la que se lamentaba de que en Medicina aún no se tenía respuesta alguna para demasiadas cosas.

Es cierto que en los genes familiares late un pronto geniudo, pero ya decía Valle-Inclán eso de “tengo mal genio; bien, buen carácter”. Y lo que pervivirá siempre en mí es ese regusto por la ironía, por recordar historias familiares (y repetirlas hasta la saciedad), por sacar parecidos y poner motes; siempre desde el lado positivo y alegre, nunca buscando hacer el mal.

Hemos hablado largo y tendido en los últimos meses; te veías tocado y decías mucho eso de que “envejecer perjudica seriamente la salud”. Pero 78 años no son nada y, al mismo tiempo, suponen una vida plena si se sabe aprovechar, como tú. Así te sentías, pero pocas cosas se te quedaron en el zurrón. Las importantes las cumpliste todas. Trabajaste duro para darnos lo mejor y nos lo diste todo.

Muchas veces te hemos oído repetir las palabras del doctor Letamendi, las de esa poesía simpática que dice: “Vida honesta y arreglada / Usar de pocos remedios / y poner todos los medios / en no apurarse por nada / La comida, moderada; ejercicio y distracción; / salir al campo algún rato; / poco encierro, mucho trato / y continua ocupación”. Aunque tú variabas el final por “poco ruido y poco trato”, quizá con razón. Toda una filosofía de vida con la que creo que cumpliste adaptándola a ti mismo. Ahora espero ser capaz de seguir tu estela, esa que nos dejas impregnada de tus enseñanzas, todas esas que se resumen en una: haz el bien.

Gracias, papá, de todo corazón.