Hace cien años, él cursó sus estudios allí; cosas de mi bisabuelo Juan, todo un visionario. Mi abuelo estudió en Peterhouse, el college más antiguo de Cambridge, fundado en 1284 por Hugo de Balsham, obispo de la cercana Ely, una localidad pequeña con una catedral impresionante.
Semanas antes del viaje contacté con personal de Peterhouse y tuve la suerte de dar con Peter Waughman, Head Porter del centro. Le conté mi historia familiar en dos brochazos y le hice ver mi interés por visitar las instalaciones y, en concreto, por poder pasear por Fellow's Garden, ese lugar mágico que llevo viendo en fotos en mi casa desde niño.
En una de esas fotos aparece mi abuelo Peter, sentado en el centro de la imagen, con su chaqueta de capitán del equipo de tenis. Un blazer que recuerdo ver de niño, marrón con rayas verticales celestes. Ese azul tan de Cambridge. Ese azul que da lugar a la denominación de todo atleta de nivel como mi abuelo: un Cambridge Blue. Para mí, estar en el mismo sitio exacto que mi adorado abuelo era algo largamente perseguido. Repetir ese momento un siglo después era algo muy especial.
Nada más llegar a Peterhouse, todo fueron facilidades. Lynda fue quien nos atendió en el Porter's Lodge. Nos guió hasta Fellow's Garden, tras pasar por varias puertas muy bajas y cruzar una verja, y nos comentó que nos sintiéramos como en casa y echáramos un ojo a todo. Y eso hicimos.Tras replicar la foto de mi abuelo (en medio de una emoción imposible de contener) nos dimos un paseo por Deer Park, exuberante jardín que discurre en paralelo al Fitzwilliam Museum. Regresamos al edificio principal para acceder al comedor. Un lugar impresionante, con unas vidrieras maravillosas. El lugar data de 1290 y desde entonces ha sido un lugar de reunión de los alumnos. Impresiona pensarlo. Como impresiona saber que fue Lord Kelvin –sí, el de los grados Kelvin; el del cero absoluto (-273,15º C)– quien al parecer puso en 1884 la instalación eléctrica en el edificio con motivo del 600 aniversario.
Trasteando un poco, descubrimos el acceso al torreón y subimos por su empinada y retorcida escalera de caracol, sintiendo que invadíamos un espacio muy poco transitado. Y con la tentación constante de tocar la campana. Impulso reprimido, con lo que soy yo de tocar campanas, dar la vuelta a relojes de arena y cosas parecidas.
Seguimos nuestra ruta por el Old Court, con un césped impecable, fiel a la frase que siempre recordamos que decía mi abuelo, como receta mágica para conseguir un césped perfecto: "Rolling and rolling, years and years". El paisaje que nos rodeaba no podía ser más impresionante, con hiedras rojizas, hojas de diversos tonos otoñales, césped verde esmeralda y un cielo azul precioso, con una luz maravillosa, el día perfecto para una visita largamente soñada.
Aún nos quedaba por ver la capilla, edificio de 1632 que domina la entrada del college. El sonido del órgano invadía el espacio. El organista parecía encontrarse en pleno proceso de afinado y cada movimiento nuestro era acompañado de un inquietante silencio. A cada paso, él dejaba de tocar, en un particular juego del ratón y el gato.
Nos quedamos con las ganas de acceder a la Ward Library, con entrada desde Little St. Mary's Lane, en la parte trasera de Little St. Mary's Church y que según el rótulo de fuera alberga el Museo de Arqueología. Pero, por otro lado, creo que siempre está bien dejarse algo pendiente para una posterior visita.
Además, como me comentó mi –ahora– buen amigo Peter Waughman: "You will always be welcome to visit, so please let me know if you are able to have a return trip". Amén.
Los ojos cerrados, desnudos los pies,
el pelo empapado, escucho llover.
Me vuelvo a mirarte por última vez.
Hay algo calmante en cada curva de tu piel.
Y nada de esto iba suceder.
Y ahora estoy aquí despidiéndome.
Porque nada de esto nos iba a ocurrir
y ahora todo el cielo se derrumba sobre mí.