lunes, 28 de febrero de 2022

La grandeza de los pequeños gestos

Tengo claro que de estos tiempos pandémicos muy pocos son los que han salido mejores. Los habrá, por supuesto, pero lo normal es que no te los encuentres. La educación ha ido a peor, y el mal humor y la máxima exigencia hacia el prójimo conquista nuestra calles.

Me llama mucho la atención la cantidad de gente que caminando por la ciudad no modifica su trayectoria. Parece que les da igual chocarse contigo. En mi caso son unos 90 kilos que pueden provocar que te hagas daño o incluso que te vayas al suelo. Pero todo apunta a que se asume ese riesgo o... se confía en mi educación. 

Va ganando ese segundo aspecto, porque no tengo problema alguno en variar mi rumbo, echarme medio metro a un lado o, incluso, pararme o bajarme de la acera para dejar paso. 

Pero debo ser raro, porque incluso cuando voy cargado con varias bolsas de supermercado el que viene de frente no parece dispuesto a ceder ni medio centímetro. Faltaría más. 

Con este panorama, uno cada vez valora más la grandeza de los pequeños gestos. Como el de quien levanta un poco la mano o hace un ademán de agradecimiento con la cabeza cuando se le deja cruzar en un paso de peatones. Debería ser algo cotidiano, pero no. Es algo que se ha convertido en excepcional.

Por eso se me dibuja una sonrisa cuando alguien me deja pasar, a mí, modesto peatón. O cuando voy en moto y me detengo ante el paso de cebra y el viandante me agradece mi acción. De verdad, ¿cuesta tanto? ¿Nos hemos vuelto así de rácanos y miserables? 

Eso parece. Algunos cruzan por delante de ti y su rictus parece decir: "Es tu obligación parar". Y ni te miran, claro. O cruzan a paso de tortuga, como si te estuvieran castigando.

Me viene a la cabeza el proverbio escocés que dice que "una sonrisa es más barata que la electricidad y da más luz". Y pienso que ese personal tan amargado bastante tiene con aguantarse 24 horas al día.

Y también pienso que es que igual yo también me he vuelto muy quisquilloso. Y me digo aquello de "exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás; así te ahorrarás disgustos", parafraseando a Confucio, que ya se debió de enfrentar a un personal no muy agradable hace ya más de 2.500 años.