Ayer por la tarde me enteré vía Twitter de que había fallecido Luis Fernández, mítico comentarista de RTVE. Leí un tuit de Esteban Gómez y me quedé compungido. La noticia me golpeó bien duro, pues Luis formaba parte del altar de mis mayores afectos. Se me encogió el corazón.
Tuve la gran suerte –mucho más que eso, el enorme privilegio– de tenerle como profesor en la facultad. Me daba un seminario sobre Información Deportiva un par de días a la semana (jueves y viernes). Y allá que ibas, siempre cargado de ilusión, a aprender, a pasarlo bien.
Luis tenía el don de la cercanía, de hacerte sentir único, importante, diferente. Mis entradas a clase siempre eran iguales. "Aquí está, el doctor Cos, el hijo del médico", decía según cruzabas el umbral del aula. Ya te tenía conquistado; eras uno de los suyos.
Las clases eran una mezcla de teoría de la información, géneros periodísticos, chascarrillos, consejos para la vida, vivencias, divagaciones y un omnipresente buen humor. Mucho diálogo, mucha pregunta, mucha interacción. Muchísimas risas con sus ocurrencias, con sus giros.
Por allí desfilaron Ramón Trecet, José Ángel de la Casa o Luis Miguel López, entre otros amigos suyos de televisión. Y siempre te quedaba claro que era un profesional tan querido y respetado por sus compañeros como lo era por sus alumnos.
Te hablaba de las hermanas Garse: Emily y Paca. Te decía aquello de
"manda huevos a Sandra, que se va de la ciudad". O la mítica "ese se chuta con Fundador". Y diversas letanías
muy suyas que siempre nos divertían. Aludíamos a él como 'el
hijoputica', palabro que usaba de manera cariñosa, como quien dice 'cabroncete'.
Y siempre te salía con alguna burrada que otra de esas que hacían las 'delicias' de todos los allí presentes. Te decía, por ejemplo, que había que tener limpio el micrófono. Que había que limpiarlo como uno se limpia la... Vamos, que había que cuidar el micro, en cualquier caso.
Y aquel consejo que siempre recuerdo: "Doctor (con pronuncianción inglesa, acentuando la primera 'o'), cásate con una farmacéutica. Hazme caso".
Muchos años después me lo encontré cerca de casa, en la calle Altamirano. Le di un sentido abrazo. Y es que encontrarte a Luis de verdad que te alegraba el alma. Hablamos un rato y le dije: "¿Sabes una cosa, Luis? Que te hice caso". "¿En qué me hiciste caso, doctor?". "Me casé con una farmacéutica". "Tú sí que sabes", remató.
Fue la última vez que le vi, pero su recuerdo sigue vivo en mí. Y hasta en mis hijas, que han oído hablar hasta de las hermanas Garse. Y que ven todos los días a un padre que ama el periodismo deportivo (aunque lo ejerza de manera solo tangencial) y el deporte en general. Quizá porque tuvo la gran suerte de tener como maestro a un grande: don Luis Fernández. Un señor de los pies a la cabeza. Un ser humano maravilloso que nos ha dejado, pero al que nunca olvidaremos.
Descansa en paz, Luis. Descansa para siempre en tu querido Gijón. Y tómate algo con Manolín Preciado, que me da a mí que os vais a llevar muy bien.
P.S. Ayer fue una tarde triste por la mala noticia, pero recordé los buenos tiempos vividos a mediados de los noventa junto a antiguos compañeros de la facultad como Fernando Magallón, Miguel Oliver, Juanjo Anaut, David Izquierdo, Guille Giménez o Ramón Fuentes. Muchas horas compartimos en aquellos años de carrera. Y muchas risas también.
Blog sobre sentimientos, amigos y recuerdos. Un espacio para sacar de nosotros lo mejor que llevamos dentro. El lugar donde rememorar a Barri es casi una obligación, además de una devoción. Y como dice la bendición irlandesa: "Que el viento sople a tu espalda, que el camino salga a tu encuentro, que el sol entibie tu cara, y hasta que volvamos a encontrarnos, que Dios, el amor, o en quien tú creas, te sostenga en la palma de su mano". Que así sea.
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