Ayer me enteré de la muerte a los 49 años de David Gistau. Desde hace un par de meses sabía que estaba hospitalizado grave tras sufrir una lesión cerebral después de salir del gimnasio. Pero no esperaba este fatal desenlace. Siempre me gustó leerle y escucharle. Y ayer me quedé frío al enterarme de su fallecimiento.
Recordé aquel artículo de 2010 titulado Del Martini al meconio * y sentí una profunda tristeza pensando en sus cuatro hijos y en los pensamientos recurrentes de David al respecto.
Fácil identificarse con frases como la de "Un hijo es decir no y quedarte cuando antes decías sí y te ibas", que refleja el cambio vital que supone tener a alguien indefenso bajo tu ala. El ejercicio de responsabilidad desinteresado que hay ahí. La abnegación de un padre.
Y ese último párrafo de aquella columna en el que resume a la perfección los miedos propios de todo progenitor: "Lo que pido es tiempo para acompañarle [a su hijo Luca] al menos un trecho largo de su
camino vital, como espectador y como cómplice. Porque, de todas las
sensaciones nuevas que me ha inoculado Luca, la peor es la hipocondría. Por primera vez en mi vida, temo morir. Me
siento obligado a permanecer aquí al menos 25 años más, los que él
pueda necesitarme, y en eso no quiero fallarle. Mi hijo no ha de ser lo
que yo fui: un adolescente enfadado con el mundo porque se le murió el
padre demasiado pronto. Voy a dejar de fumar".
DEP, David Gistau.
*Publicado en El Mundo el 19-03-2010.
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