Un tamarindo, un banco, el espolón de las pedreñeras, un barco que desafía las condiciones del agua, esa mar rizada siempre asociada al viento Sur que golpea las fachadas de las casas orientadas a la bahía, y Peña Cabarga -al fondo–, siempre en el fondo de nuestros corazones.
Se añoran las viejas baldosas, pero aún así un paseo por el Muelle, con la brisa golpeando en la cara -venga de donde venga- no tiene parangón.
Chaparrudos, momas, julias y algún panchito cayeron en nuestras cañas y aparejos hace años. Comprar la gusana junto a la Grúa de Piedra, empatar un anzuelo comprado en Godofredo, en Kalín o en alguna de las otras tiendas de pesca, poner unos plomos... Acciones sencillas, pero llenas de autenticidad. Recuerdos de una infancia lejana, pero próxima en la memoria.
PS. La foto no es mía, pero la vi en la red y me encantó. Desde aquí agradezco a su autor la obra.
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