martes, 5 de noviembre de 2024

Peterhouse, como Peter por su casa... 100 años después

Desde hace años tenía pendiente una visita a Cambridge. Varias veces crucé en tren la ciudad de norte a sur –y de sur a norte– y siempre me prometí acercarme un fin de semana largo. Ahora, por fin, pude cerrar el círculo. Fue algo muy especial, por muchos motivos, pero el principal por la conexión familiar de mi abuelo Peter con su universidad. 

Hace cien años, él cursó sus estudios allí; cosas de mi bisabuelo Juan, todo un visionario. Mi abuelo estudió en Peterhouse, el college más antiguo de Cambridge, fundado en 1284 por Hugo de Balsham, obispo de la cercana Ely, una localidad pequeña con una catedral impresionante.

Semanas antes del viaje contacté con personal de Peterhouse y tuve la suerte de dar con Peter Waughman, Head Porter del centro. Le conté mi historia familiar en dos brochazos y le hice ver mi interés por visitar las instalaciones y, en concreto, por poder pasear por Fellow's Garden, ese lugar mágico que llevo viendo en fotos en mi casa desde niño. 

En una de esas fotos aparece mi abuelo Peter, sentado en el centro de la imagen, con su chaqueta de capitán del equipo de tenis. Un blazer que recuerdo ver de niño, marrón con rayas verticales celestes. Ese azul tan de Cambridge. Ese azul que da lugar a la denominación de todo atleta de nivel como mi abuelo: un Cambridge Blue. Para mí, estar en el mismo sitio exacto que mi adorado abuelo era algo largamente perseguido. Repetir ese momento un siglo después era algo muy especial. 

Nada más llegar a Peterhouse, todo fueron facilidades. Lynda fue quien nos atendió en el Porter's Lodge. Nos guió hasta Fellow's Garden, tras pasar por varias puertas muy bajas y cruzar una verja, y nos comentó que nos sintiéramos como en casa y echáramos un ojo a todo. Y eso hicimos. 

Tras replicar la foto de mi abuelo (en medio de una emoción imposible de contener) nos dimos un paseo por Deer Park, exuberante jardín que discurre en paralelo al Fitzwilliam Museum. Regresamos al edificio principal para acceder al comedor. Un lugar impresionante, con unas vidrieras maravillosas. El lugar data de 1290 y desde entonces ha sido un lugar de reunión de los alumnos. Impresiona pensarlo. Como impresiona saber que fue Lord Kelvin –sí, el de los grados Kelvin; el del cero absoluto (-273,15º C)– quien al parecer puso en 1884 la instalación eléctrica en el edificio con motivo del 600 aniversario. 

Trasteando un poco, descubrimos el acceso al torreón y subimos por su empinada y retorcida escalera de caracol, sintiendo que invadíamos un espacio muy poco transitado. Y con la tentación constante de tocar la campana. Impulso reprimido, con lo que soy yo de tocar campanas, dar la vuelta a relojes de arena y cosas parecidas.

Seguimos nuestra ruta por el Old Court, con un césped impecable, fiel a la frase que siempre recordamos que decía mi abuelo, como receta mágica para conseguir un césped perfecto: "Rolling and rolling, years and years". El paisaje que nos rodeaba no podía ser más impresionante, con hiedras rojizas, hojas de diversos tonos otoñales, césped verde esmeralda y un cielo azul precioso, con una luz maravillosa, el día perfecto para una visita largamente soñada.

Aún nos quedaba por ver la capilla, edificio de 1632 que domina la entrada del college. El sonido del órgano invadía el espacio. El organista parecía encontrarse en pleno proceso de afinado y cada movimiento nuestro era acompañado de un inquietante silencio. A cada paso, él dejaba de tocar, en un particular juego del ratón y el gato. 

Nos quedamos con las ganas de acceder a la Ward Library, con entrada desde Little St. Mary's Lane, en la parte trasera de Little St. Mary's Church y que según el rótulo de fuera alberga el Museo de Arqueología. Pero, por otro lado, creo que siempre está bien dejarse algo pendiente para una posterior visita.

Además, como me comentó mi –ahora– buen amigo Peter Waughman: "You will always be welcome to visit, so please let me know if you are able to have a return trip". Amén. 



martes, 29 de octubre de 2024

El Centro Botín, en Vogue, por Pablo Zamora

El reportaje de Vogue noviembre con el Centro Botín como telón de fondo es maravilloso. Las fotos de Pablo Zamora siempre emocionan. Y que te citen de esta manera en la cuenta de La Vaquería Montañesa es una maravilla.


jueves, 10 de octubre de 2024

Ya estás en casa

"'Ya estás en casa. Ya descansas en paz'. Eso fue lo que se me pasó por la cabeza cuando el coche fúnebre se detuvo delante de nuestro lugar favorito en el mundo, junto a tu adorado jardín, ese al que te llevaba siempre de la mano en nuestras conversaciones en el salón. Sí, fue un momento en el que no pude evitar el llanto. Me rompí por completo. Me reventó el corazón. La escena fue tan bella como demoledora. De lo más emotivo que he vivido nunca, algo a la altura del personaje. Aún ahora lo recuerdo y se me saltan las lágrimas. Nada como una madre. Nadie como tú".

"Mamá, abuela Geli, Geli, Elli. Una irreductible, una luchadora, una 'bárbara del Norte' (como te llamó un conocido), una mujer de carácter, alguien sin pelos en la lengua, trabajadora como nunca vi otra, entregada a los suyos, aliada fiel, tu fan número uno, protectora, cómplice, hogar". 

"Hay cosas en la vida para los que uno nunca estará preparado. Da igual que sea ley de vida. Esa ley está ahí, pero a muchos nos gustaría incumplirla de manera impune. Hay personas que deberían ser eternas, con los padres y los abuelos a la cabeza. Esa ley es una mierda".

"Dolor. Dolor físico. Vacío. Tristeza. Ausencias. Conexión. Recuerdos. Ejemplo. Pensamientos que te dan vueltas y vueltas en la cabeza. Agitación. Insomnio. La mente a mil por hora. Llanto. Agradecimiento". 

"Pero sí, claro, cumplimos años, perdemos facultades, nos alejamos de nuestra mejor versión y no todo es de color de rosa. Y aún así siempre te quise igual y siempre te querré. Gracias, mamá".

P.S. Domingo 8 de diciembre:
"Ayer fui al cementerio solo. Llovía. Un viento del norte durísimo. Estaba precioso. Lloré como un niño. Me sentí muy afortunado por haber tenido unos padres tan generosos y buenos". 

martes, 14 de mayo de 2024

Cristina Verduga, in memoriam

Me acaba de escribir mi hermano pequeño para decirme que ha fallecido Cristina Verduga, nuestra profesora de Lengua y Literatura en los Agustinos. Y me he quedado un tanto descolocado. Primero, porque aún era joven. Y, segundo, porque se me queda la sensación de deuda pendiente no saldada.

No exagero si digo que para mí ha sido la mejor profesora que he tenido, incluyendo tanto el colegio como la universidad. Y tengo claro que fue la que más huella me dejó. ¿Por qué? Antes de nada porque se preocupó por mí en una época marcada por una adolescencia muy complicado de sobrellevar, con una falta total de interés por mi parte, a la que se sumaban otras consideraciones escolares.

Académicamente en aquellos años yo era un completo desastre. Mi desmotivación me llevaba a no estudiar absolutamente nada. Y La Lupas, como era conocida por sus características gafas de montura dorada y cristales tintados, supo tocarme una fibra sensible que me ayudó a empezar a salir de aquel pozo.

Era una profesora exigente, sí. Te retaba. No permitía una falta de ortografía. Hablaba con pasión de los libros. Y sabía convertir una lectura obligatoria en algo apetecible. Había que leerse la primera parte de El Quijote porque así estaba establecido en el plan de estudios, pero ella supo inocularme el veneno para que yo me leyera por mi cuenta la segunda. Y, años más tarde, releer la obra de Cervantes del tirón.

Si en los años posteriores me convertí en un más o menos ávido lector fue gracias a ella. Si mi ortografía logró ser sólida, seguro que ella tuvo mucho que ver. Si terminé estudiando Periodismo y dedicándome a lo que me dedico, es más que probable que le deba buena parte de lo que soy.

Y así lo he sentido muchas veces. Y por eso en ocasiones pensé en mandarle un detalle, después de buscar –y encontrar– su dirección. Me parecía de ley escribirle unas líneas de agradecimiento por ayudarme a encontrar mi camino. Seguro que para un profesor debe ser gratificante. Pero el tiempo ha sido más rápido que mi dejadez. 

No olvido cuando en tercero de BUP creó un grupo de apoyo para los que íbamos peor. Nos daba clases extras, en su tiempo libre después de su jornada laboral. Nos enseñaba a relacionar cosas, no a soltarlas como un papagayo. A redactar bien. A ir más allá. A disfrutar con la lectura. Y eso se me quedó ahí para siempre.

En mis años de colegio yo era un niño tímido e inseguro. Y ahora recuerdo con orgullo aquella situación que me hizo vivir cuando me puso en el foco de los más de 40 alumnos de la clase para decir que había hecho uno de los mejores exámenes de recuperación que ella recordaba. "Un examen de 7,5", decía. Cuando con ella el notable estaba reservado a los elegidos.  

Y también me ha venido a la mente el recuerdo de cuando el autobús municipal pasaba de largo nuestra parada, al ir lleno, y ella nos recogía con su Ford Fiesta. Unas cuantas veces me salvó de llegar tarde a clase.

Termino estas líneas triste al pensar que mi pereza provocó que no la contactara, que no le mostrara mi agradecimiento, que no le contara que aquel alumno inseguro y mediocre supo rehacerse y que incluso se gana la vida editando y corrigiendo textos. Lo que son las cosas.

Y me quedo pensando en aquella falsa seriedad de Cristina Verduga, en su gran sentido del humor, en su gran corazón, en aquella voz característica (que mi cerebro recuerda y ahora mismo hace sonar dentro de mi cabeza) y en cómo sabía ganarse el respeto desde su pequeñez (solo en tamaño). Y le pido perdón por haber perpetrado algún que otro soneto infame, pero es que las musas de la rima nunca han tenido a bien visitarme. Descansa en paz, recordada maestra, que el viento sople a tu espalda.

P.S. Aún hoy, cuando alguien no pone una tilde en una mayúscula, me acuerdo de ella diciendo aquello de "eso es de señoritas cursis".

viernes, 23 de febrero de 2024

La Sonrisa de Julia: "Para siempre"

Gracias a Marcos Cao y a La Sonrisa de Julia por seguir emocionándonos veinte años después. No me puedo sentir más agradecido.


Y el lujo enorme que es que alguien a quien admiras tanto te conteste por Instagram con esa impecable sencillez y cercanía.




Y es que a mí, que soy de natural tirando a pesimista, la música de Marcos Cao me levanta el ánimo. Hasta el punto que a veces me imagino respondiendo esa pregunta famosa del cuestionario Proust que dice "¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?" en clave de uno de mis grupos favoritos. De entre las muchas respuestas que me vienen a la cabeza relacionadas todas ellas con Cantabria, vacaciones, la playa, mi familia, mis amigos, la casa de mi pueblo, etc... hay una recurrente: "Vivir infinitamente en una canción de La Sonrisa de Julia". Ahora pienso que muy bien podría ser 'Para siempre'.

Para siempre:
Los ojos cerrados, desnudos los pies,
el pelo empapado, escucho llover.
Me vuelvo a mirarte por última vez.
Hay algo calmante en cada curva de tu piel.

Y nada de esto iba suceder.
Y ahora estoy aquí despidiéndome.
Porque nada de esto nos iba a ocurrir
y ahora todo el cielo se derrumba sobre mí.
 
Eres tú con todos tu defectos,
eres tú con todos tus defectos
quien me roba la razón y se la lleva lejos.
Eres tú con todos tus errores
quien me invitó a entrar en todos sus rincones.
 
Ohhh. Pero si fuera por ti lo volvería a hacer,
dejarme llevar hasta enloquecer,
porque si fuera por ti volvería a hacerlo 
perder el control hasta perder el miedo
a ser el refugio de tu piel, para siempre.
 
Me miro al espejo, pregunto por qué será
que te echo tanto de menos, si ayer te echaba tanto de más.
A veces hay resplandores y vuelven las tentaciones, 
pero procuro evitar nuestro portal.
 
Eres tú con todos tu defectos.
Eres tú con todos tus defectos 
quien me roba la razón y se la lleva lejos.
Eres tú con todos tus errores 
quien me invitó a entrar en todos sus rincones.
 
Ohhh. Pero si fuera por ti lo volvería a hacer 
dejarme llevar hasta enloquecer 
porque si fuera por ti volvería a hacerlo,
perder el control hasta perder el miedo 
a ser el refugio de tu piel, para siempre.
 
Porque si fuera por ti lo volvería a hacer 
dejarme llevar hasta enloquecer,
porque si fuera por ti volvería a hacerlo 
perder el control hasta perder el miedo a ser el refugio de tu piel,
para siempre, para siempre, para siempre, para siempre.

jueves, 18 de enero de 2024

Te sigo echando mucho de menos, amigo


18 de enero. Siempre un misil en la línea de flotación. Siempre una bajada en la fuerza. Siempre un motivo para llorar y sacar mucho de lo que uno lleva dentro. Siempre un buen día para sonreír mientras te recuerdo. No hay día en el que no piense en ti, amigo.

Hoy se cumplen 16 años (me parece imposible que haya pasado tanto tiempo) y se me sigue encogiendo el corazón al recordarte.