Me encanta esta pregunta perteneciente al Cuestionario Proust y que cada poco escucho responder en el pódcast de Javier Aznar, Hotel Jorge Juan. Me gusta ver cómo los invitados navegan esas aguas. Y me gusta ver cómo mi hipotética respuesta cambia semana tras semana.
Tengo claro que mis respuestas más recurrentes estarían ligadas a situaciones diversas con mi familia más directa. Estar juntos, todos bien, sin discutir, disfrutando de un viaje, de un buen restaurante, en la playa o haciendo algún plan diferente.
Pero luego hay vivencias inesperadas que hacen que te sientas feliz. A fin de cuentas la felicidad no es algo que se prolongue en el tiempo, son pequeños momentos que te hacen sentir en paz contigo mismo y te permiten disfrutar.
En este último viaje por Escocia he tenido varios momentos así, en los que puedo decir que he sido feliz. Y sí, lo puedo afirmar con convicción plena.
Por
ejemplo, estar en The Oban Inn (pub de 1790, de esta localidad costera) tomándome una
cerveza –recordando a mi amigo Javi, con el que estuve en ese mismo sitio hace casi 32 años– y que empiece a sonar The Whole of the Moon. No, eso no es casualidad. Eso es una confluencia de energías. Eso es un momento perfecto. El destino mueve sus hilos y suceden cosas. Justicia poética.
Como también lo fue estar en The Wall, en Cockburn Street, tomando un café y descansando las piernas, y que empezara a sonar How Long Will I Love You? Que
los Waterboys se te presenten así, sin avisar, es gloria bendita. Y más
cuando estás en la mejor compañía. Pero, claro, es que ellos (los Waterboys) juegan en
casa. Y de nuevo hay un algo que ayuda a que se dé ese momento perfecto. [Poco después, un grupo de unas cuarenta chicas inunda la calle con su performance y canta –y baila– Bad Romance. ¿Una despedida de soltera? Algo así sería, sí].
Y también es fácil sentirse feliz cuando tus hijas te ponen Sunshine on Leith mientras vas de copiloto de tu hermano en una minivan de Oban a St.
Andrews. Y cantas para ti, hacia adentro. Y para afuera, para que los
que van detrás perciban lo que estás sintiendo (y lo regulín que
cantas). Pero escuchar a los Proclaimers en Escocia siempre es muy
especial. Da igual el tiempo que pase. Como cuando vas en tranvía por Princess Street y visualizas la esplanada junto a la National Gallery donde en la película del mismo nombre (Amanece en Edimburgo, en España) un grupo muy numeroso canta y baila I'm Gonna Be (500 Miles). Eso es Escocia en esencia.
O pisar la arena de West Sands Beach, la playa por la que corren Harold Abrahams y Eric Liddell, entre otros, en Carros de Fuego.
Y pensar que cuando Abrahams estudiaba en Cambridge mi abuelo también
lo hacía. Y que es más que probable que coincidieran en algún momento,
ya que mi abuelo también era un gran deportista (capitán del equipo de tenis de Peterhouse, sin ir más lejos). Abrahams estuvo en Caius College de 1919 a 1923; mi abuelo, en Peterhouse, creo que de 1920 a 1924.
O cuando caminas por Auld Town y te llegan los compases a lo lejos de un bagpiper y eres capaz de reconocer que interpreta The Skye Boat Song, Amazing Grace o Rose of Tralee. Y te invade una sensación plena de... estar en casa.
Sí, se me va el santo al cielo con tanta historia. Pero es que creo que estas cosas son algunas de las que más feliz me hacen. Como dice Jimmy Barnatán: "El respeto por el pasado es acordarse y contarlo". Tal cual.