No, no penséis que me he vuelto loco. Hoy tengo uno de esos días; uno de esos viernes soleados que deberían invitar al optimismo, pero que a mí me llenan de melancolía, de recuerdos, de lágrimas y de algunas sonrisas.
Decía Sancho a Don Quijote aquello de "tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades". Lo sé. Me encanta esa frase y me conforta, porque ese es el ser humano o así debería ser. Aprende a sufrir y a aprende disfrutar; las dos cosas son muy importantes.
Hace un par de días nos dejó la tía Mari, a sus 100 maravillosos años. Y aún resuenan en mi cabeza sus piropos, esos que me hacen sonreír al recordarlos y que siempre me suponen un vacile de los buenos. Creo que nadie nunca me llamó "precioso", una y mil veces (bueno, una de mis hijas alguna vez lo ha hecho, pero creo que rememorando esos momentos vallisoletanos). Y nadie le dijo a mi mujer eso de "ya lo puedes cuidar bien".
Me hace una gracia loca recordarlo. Aunque ahora me invada una profunda tristeza –sí, justo ahora–, al saber que no volveré a ver sus ojos azules, sinceros, amables y llenos de amor y de bondad.
P.S. Y es que "me da miedo la enormidad, donde nadie oye mi voz".
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