Sí, soy un viejo gruñón y cada día hay más pijaditas que me ponen de mala leche. Es cierto, puede que cada vez sea menos transigente, pero es que... No puedo con estos personajes:
-El que va en moto, pero que no es motero. Ese que como se sacó el carnet de coche, le regalaron el de moto y no sabe ir en moto. Te adelanta por la derecha, aunque no haya espacio, y por su culpa te tienes que comer ese bache o tapa de alcantarilla que sabes que está ahí, pero que hoy vas a catar. O el que se pone a tu lado en el semáforo, pero un poquito más adelante; que él mea más lejos y la tiene más larga. O eso es lo que él cree. No respeta tu espacio. Bueno, no respeta nada. Por cierto, lleva casco, pero no guantes. Pecado mortal
-El que va en bici por la carretera (bueno, y por las aceras o por donde le dé la gana) y se cree por encima de lo divino y de lo humano. Los semáforos son sólo para camiones. Siembra el pánico entre los peatones que cruzan por su sitio. Tiene su carril, pero se cambia al tuyo. Tú tienes que respetar su metro y medio, pero a él se la sopla el tuyo. No lleva casco, ¿para qué? Va de gris o de negro, y no lleva reflectantes, ¿para qué? No lleva guantes, ¿para qué? El día que te caigas, por desgracia, te enterarás de para qué... ¡So listo!
-El fumador que tira la colilla al suelo. Me da igual que sea a la puerta de un bar, de un restaurante, de tu trabajo o por la ventanilla de un coche. Un día me dio un conductor con una. Yo iba en moto, casi me quema y me subió las pulsaciones por encima de lo recomendable. La colilla es un objeto pequeño, pero existe y no es biodegradable. Los ceniceros son su destino final. Pero hay mucho guarro. El que tira la colilla suele ser el que más se queja de lo sucio que está todo.
-Los taxistas que no pasan de 20 km/h. Sé que la situación es complicada; que la gente no toma tantos taxis como antes; que hay que sumar carreras; que pasáis muchas horas al volante. Pero sellar el carril bus con esa lentitud me enerva. Aunque no sé si es peor todavía la nula utilización de los intermitentes. Sois profesionales del volante y dais un ejemplo lamentable. ¿No todos? Vale, no todos. Muchos. Bastantes. Me refiero sobre todo al que me ha tocado delante hoy.
-El peatón al que permites cruzar por un paso de cebra y se siente el amo del universo, baja su ritmo, se toma su tiempo y no da ni las gracias. Luego se queja cuando no le dejan pasar. Normal; el karma... Con lo fácil y eficaz que es levantar un poco la mano en señal de agradecimiento. Alzar un poco la cabeza. Un gesto sencillo que vale oro puro. Pero no, él es el putoamo, así, todo junto.
-Aquel que lleva la cara de perro (pobres perros; de perro enfadado se entiende) en el trabajo, por la calle, en su casa. Sonríe, coño. Relaja las facciones de tu cara. Si ya lo decían los escoceses: "La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz". Scotland forever!! Hace años le pedí a Pau Gasol, en una entrevista, un consejo para el día a día. No lo dudó: "Sonreír siempre. Cuanto más, mejor". El que sabe...
-El cagaprisas al volante; ese que va poniendo en peligro a todos los que circulamos lo mejor que podemos. Sí, ese ser infame que nunca oyó hablar de la distancia de seguridad. Sí, SE-GU-RI-DAD. Se te mete en el maletero; te da las largas. O se lo hace a otro. Y hay gente insegura al volante que puede reaccionar con miedo y se termina liando. Si quieres correr, es muy fácil. Te vas a un circuito, pagas y das rienda suelta a tus instintos velocitis. Pero la carretera es de todos, no tuya, man. Y el límite es 120, no 180.
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