Durante muchísimos años, mi madre me llamaba todos los domingos a las diez de la mañana. Cómo echo de menos esas conversaciones. Desde hace unos meses este momento del día se me hace cuesta arriba. Aunque, por otro lado, consigue que sea consciente de la suerte que tengo.
Pero es duro pensar en esas cosas que perdemos y que sabemos que no volverán. Nadie te quiere como una madre. Nadie piensa en ti como ella lo hace. Nadie desea lo mejor para ti como ella.
Siempre digo que hay que ser agradecido con la gente a la que importas. Aquellos que muestran interés por saber cómo estás, por cómo te va. Lo normal es que no le importes un pimiento a casi nadie. Sé amable con esas personas.
Para una madre eres importante; aunque más lo es ella para uno. Imposible no sentirse más solo cuando nos falta. A fin de cuentas hemos pasado a ser alguien menos importante, casi invisible.