Ya entonces me pareció un personaje magnético, pero en la charla de ayer atrapó mi atención hasta el punto de que tengo claro que me leeré esa obra.
Escuchar a personas de este nivel cultural siempre te abre la mente a nuevos autores, a referencias inmejorables, a nuevas lecturas. No hay tiempo para todo, pero ya que el tiempo es limitado, al menos aprovechémoslo con buenas recomendaciones de los que saben.
El caso es que en un momento de su conversación citaron la obra de John Cheever, El nadador. Terminó el directo y la busqué en internet. Ni que decir tiene que la encontré y que me la leí del tirón (Muñoz Molina comentó que era una obra corta de poco más de cinco páginas).
Y me quedé con ese regusto de haber aprovechado una hora, desconectando de las preocupaciones y disfrutando del diálogo entre dos personas muy vividas y leídas. Algo sencillo. Un verdadero placer.