miércoles, 23 de junio de 2010

¡Qué gran paralelismo!

José Blanco, ministro de Fomento, cree que "el AVE por Palencia carece de racionalidad, eficacia y sentido común". Vamos, exactamente lo mismo de lo que carece el Gobierno. Lo ha clavado. Las decisiones de este gobierno son irracionales; nuestros dirigentes son ineficaces; y para ellos el sentido común es el menos común de los sentidos.

Pepiño habla de un AVE por Bilbao y se queda tan ancho. ¿Y por qué no desde Oviedo, ya puestos...? Decía hace unas semanas que no tenía sentido "que una comunidad de 500.000 habitantes tuviera dos entradas de AVE". Pero vamos a ver. Ahora mismo no tenemos ni una. Hay un AVE a Valladolid y hay fases en Palencia ya en estudio. Pero no. Él a lo suyo. Y Revilla, cayendo en la trampa, dice que será "inflexible en exigir la Alta Velocidad por la Meseta".

Pero vamos a ver Revilluca, no escuchas lo que dicen. Te dicen que no y que no. Si quieres mirar para otro lado y seguir como Presidente de una comunidad que vota más a PP y PSOE es tu problema. Pero el mensaje de tus compañeros de viaje parece tener claras sus intenciones. Al menos, que las próximas anchoas no sean de Santoña y que tengan unas espinas de esas tan poco agradables... (de repente me he vuelto mala persona).

Para mí el problema es variado: Revilla no tiene poder, el PSOE es esclavo del Gobierno central y el PP... Pufff, el PP. No hay ni convicción en lo que piden.

¿Realmente queremos un AVE por la Meseta que nos deje en Madrid en poco más de dos horas? En mi opinión, la necesidad real es otra. Queremos un tren del siglo XXI, no del siglo XIX. A mí me dices que puedo hacer Santander-Valladolid en un par de horas, en vez de en las actuales tres y poco y te lo compro. Y eso no sería ni tan siquiera Alta Velocidad. Pero plantarme en tres horas de Madrid a Santander, o al revés, creo que sería todo un éxito. Incluso en tres horas y cuarto o tres horas y media.

Pero no. Hay que hablar de AVE sí o sí. Hay que vender la moto. Hay que desviar atenciones, ganar tiempo (perderlo, en realidad). Y gobernar debería ser todo lo contrario: actuar, decidir, usar la cabeza, tener criterio... Casi nada.

jueves, 10 de junio de 2010

Naúticos sin calcetines...

Reconozco que en cuestión de estilo siempre he hecho lo que me ha dado la gana, y no me gusta nada que algunos modernos de tres al cuarto vayan por ahí dando lecciones. Está claro que los naúticos son unos zapatos nacidos para ir sobre la cubierta de un barco y demás. Por ello apuntan más a accesorio estival que invernal.

Pero no, su uso se generalizó y pasaron a llevarse todo el año en sitios en los que los rigores del invierno tampoco es que fueran tales. El caso es que hace poco leí en GQ y este mes en Esquire a dos trendsetters escribir sobre la inconveniencia de llevarlos con calcetines. Punto uno, nunca llevo un zapato cerrado si no es con calcetines.

Me parece fenomenal que se lleven directamente sobre la piel, pero a mí me rozan, y cualquier zapato me resulta incómodo si no llevo los pies protegidos. Lo que más rabia me da es que los dos que escriben al respecto dogmatizan y por ahí no paso. ¿Será que tienen un velero de 20 metros de eslora amarrado a 200 metros de su casa? Lo dudo.

Y no paso porque luego hay cosas que sí parecen tener cabida en las tendencias de los últimos años que en fin... Infumables. Como los pantalones masculinos piratas; sí, esos que llegan hasta 20 centímetros por debajo de la rodilla y que uno no sabe para qué son: tienen la incomodidad de taparte la rodilla, lo que en verano no mola nada; no ligas bronceado en cuatro quintas partes de tus piernas; si mides 1.85 parece que la ropa te ha encogido o que vas a pescar chamarucas; si mides 1.70 parece que el que has encogido eres tú, y te has convertido en el nuevo David el Gnomo o en una especie de Chanquete. Creo que le quedan mal a todo el mundo. Otra cosa es su versión femenina, tipo Capri, más ceñida, que me encanta.

Y luego están las prendas petadas. Si te sobran cinco kilos -o más- la has cagado. Siempre parecerás una morcilla a punto de reventar. Miras la talla; vale, XL. ¿XL? Pero si esto no le vale ni a un niño de 12 años. Bueno, XXL. ¿Cómo? ¿Que me queda justa una XXL? Luego te vas a EE.UU. y resulta que la tuya es la M. La S te queda justita, y la L un poco grande. Claro, M, te dices. Si es que soy normal (bueno, acepto un cierto sobrepeso), pero en España quieren que adelgace unos 25 kilos y quepa en una XL de las suyas. Imposible. Y no exagero. Esto está basado en hechos reales.

Y sí, ves a los modelos de pasarela y junto a alguno cachas ves a una pléyade de flacuchos escuchimizados que no podrían ni llevar la compra a casa o anotar un tiro de tres desde el chollo a punto de extinguirse del 6.25. Me niego. Pero me niego a un pantalón pitillo de Hedi Slimane o a una camiseta de algodón XXS que no llevaba ni cuando tenía 18 años y pesaba 65 kilos...

¿Qué más? Ah, sí. El pantalón Jodhpur. Say what? Sí, hombre, el pantalón 'cagao'. Sí, hablo de ese pantalón de chica que no le queda bien a nadie, de talle un poco alto, ceñido en la cintura y deslavazado hasta abajo, como si sobrara tela, y que desdibuja la silueta hasta hacerla incluso fea.

Esta mañana casi me engaño a mí mismo por un instante, pero no. Una chica cruzaba por delante de mí en un semáforo y no le quedaba del todo mal... Pero me he dicho: "Noooo, no te engañes. Con cualquier otro tipo de pantalón estaría mejor". Y es que es verdad. Me encantan los vaqueros, los pantalones pitillo o hasta los monos de Stella McCartney -en especial si los lleva Carmen Kass; pincha y los ves- pero esto no se hace. El nombre evoca a la capital de Rajastán. Precioso. Pero el apodo -cagao- lo deja en su lugar: una mierda.

Me doy cuenta de que cada día soy más protestón; debe ser la vejera. Y hay que ver la que te lían en la cabeza dos colegas escribiendo eso de "por favor, los naúticos, sin calcetines". Y un huevo, contesto yo.

martes, 8 de junio de 2010

Cantabria, un poco más cerca

Pues no. No se trata de un nuevo tramo abierto entre Aguilar de Campoo y Burgos; eso irá para largo y tendremos que seguir haciendo la 'S' desviándonos hasta Osorno a través de la autovía hacia León... (del AVE ni hablamos; ni tan siquiera de un tren normal del siglo XXI. ¿Para qué?). Me refiero a la campaña de nuestra comunidad autónoma con El Corte Inglés, que nos ha acercado a la capital (e imagino que a otros lugares) productos no siempre fáciles de encontrar de nuestra Tierruca.

Flipé el día que vi un queso de La Pasiega de Peña Pelada. Lógicamente lo compré. Pero luego ya vendría la locura con los quesucos de Liébana (Río Deva de vaca, de oveja, de cabra; Peña Cortés ahumado...); patatas fritas (El Cántabro y Santos Moreno); mermeladas (la que me compré de fresa es excelente); chocolocates (Horno San José...); cocido montañés (La Ermita de San Pedro); todo tipo de marcas de conservas de anchoas, bonito, ventresca (Consorcio, Lolín...); pimientos de Isla; corbatas de Unquera; yogures de La Bien Aparecida; orujos y cremas de orujo; vinos tintos de Liébana y diversos blancos (eso sí, a unos precios poco competitivos); sobaos de El Macho y otros; quesadas; pastas diversas de las clarisas de Villaverde de Pontones (sí, a poco más de un kilómetro de Cubas...); alciturrianos (con forma rara, pero alciturrianos a fin de cuentas)... Tremendo el despliegue, sin duda.

Eché de menos unos quesos de Las Garmillas (que me flipan, pero que sé que se pueden comprar cerca de mi trabajo, en Poncelet); unos buenos tomates del país (que cuando son de los de verdad, de temporada, son inigulables por su sabor); la potente berza (difícil de encontrar y básica para un buen cocido montañés)... Aunque lo que más eché de menos fue no tener a mi padre para que me preparara él mismo un cocido de los suyos, apoteósicos; o una marmita de bonito, de esas que te hacen tocar el cielo con las manos o directamente llorar de la emoción. Pero al final opté por quedarme con lo bueno: el ejemplo de mi padre, el amor a la tierra de uno y la pasión por unos productos maravillosos que son en sí mismo una experiencia que hay que probar. Y el que no lo pruebe, pues allá él...

Cuento los días para hacer mi próxima compra y volver a llevarme todo lo que pueda y me aguante en casa sin estropearse. Con un poco de suerte, el próximo viernes. Pero sobre todo cuento los días para volver a mi tierra. Y si puede ser de vacaciones y no de fin de semana, pues mucho mejor...

P.S. Eso sí, lo que no tenían eran estelucas, palucos de Cabezón, orgasmos (de Comillas), pastel cántabro, almejas de Pedreña, corazones de Liérganes, tortos de Cabanzón, angulas de Tina Mayor, rabucas de El Puerto, carne de vaca tudanca, limones de Novales, queso azul de Tresviso, churros de Liérganes, hojaldre de Torrelavega, emparedados de Máximo Gómez, merengues de Frypsia, Pantortillas de Reinosa, ni choricillos estilo infiernillo de La Tasca El Vasco o unos blancos de Máximo Bolado... Lástima.

miércoles, 2 de junio de 2010

Hace cuatro años...

Carmen cumple hoy cuatro años. ¡¡Cuatro años ya!! Ayer, antes de irse a dormir les conté a ella y a Lucía cómo fue aquella noche antes de que naciera. Teníamos el convencimiento de que esa noche nacería, aunque al final esperó hasta casi las diez de la mañana. Lo mejor es cómo me miraban las dos, cómo me escuchaban contar la historia. Todo oídos, todo ojos...

La verdad es que uno se emociona al recordar esos momentos. El médico me dio a mi bebito a los pocos minutos y yo me lo llevé por un pasillo hacia nuestra habitación, como quien lleva a un cachorrillo indefenso, cogido con una mano; una mano enorme comparada con sus apenas tres kilos llenos de vida. Nos quedamos los dos solos; Carmen tranquila; yo, sereno, pero al mismo tiempo un poco superado. Llamé a mi madre para darle la buena noticia. Y me costaba articular palabra. Era mi segunda hija, pero qué más da... Hay cosas que uno no vive muchas veces en la vida.

Recuerdo cuando al mediodía fui a buscar a Lucía a casa de su abuela para que conociera a su hermana. Cómo la miraba, cómo la acariciaba con el máximo cuidado para no hacerla ningún daño. Son momentos irrepetibles, llenos de dulzura, de amor. De amor de una madre hacia su hija, de un padre hacia su mujer, de un padre hacia su hija, de una hermana hacia la otra. De una familia normal, bien avenida, a la que lo que más le gusta es estar todos juntos.